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QUO VADIS

que ello ha influído para que en mí se operase una transformación.

Ayer trataba yo á mis sirvientes con mano de hierro: hoy no puedo hacerlo. No conocía la compasión: la conozco ahora. Gustaba de los placeres: la otra noche huí de la piscina de Agripina, pues encontré que mi alma se asfixiaba en esa atmósfera.

Antes creía en la primacia de la fuerza, hoy me hallo despojado de tal convicción. Sabed que al presente me desconozco. Me disgustan las fiestas, el vino, el canto, las cítaras, las guirnaldas, la corte del César, los cuerpos desnudos y los crímenes. Cuando pienso que Ligia es blanca y pura como la nieve de las montañas, siento acrecer mi amor por ella; y cuando pienso que ella es así por virtud de vuestra religión, amo y deseo esa religión. Pero, puesto que no la comprendo aún, puesto que ignoro si me será dable vivir con sujeción á sus enseñanzas, ó si podrá mi indole amoldarse á ella, me encuentro dominado por una incertidumbre y martirizado por un sufrimiento semejante al que experimentaría quien se hallara encerrado en una prisión.

Y sus cejas se contrajeron por el dolor y afluyó la sangre á sus mejillas: en seguida prosiguió con creciente ve hemencia y febril precipitación: —Como lo véis, la incertidumbre y el amor me tienen sometido á un verdadero tormento. Los hombres me dicen que en la religión vuestra no hay sitio para la vida, ni para la alegria humana, ni para la felicidad, la ley, el or den, la autoridad ó la dominación de Roma. ¿Es esto cierto? Los hombres me aseguran que sois unos ineanos; mas, decidme vosotros qué es lo que traéis. ¿Es pecado amar, es pecado sentir alegría, es pecado ansiar la felicidad?

¿Sois vosotros, en verdad, los enemigos de la vida? ¿Debe acaso un cristiano llevar una existencia miserable? ¿He de renunciar yo á Ligia? ¿Qué hay de verdad en vuestros propósitos? Vuestros hechos y palabras se asemejan á la