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QUO VADIS

tos y estatuas del César. Por debajo de las pieles y la armadura del soldado surgían miembros recios y atezados, que se dirían por su aspecto verdaderas máquinas militares, capaces de manejar las pesadas armas de que iban provistos los guardias de esa especie. La tierra parecía doblegarse á su mesurado y potente paso. Cual si tuvieran conciencia de su fuerza, que podían emplear aun contra el mismo César, miraban con desprecio los grupos de la gentualla callejera, olvidando evidentemente muchos de ellos que habían llegado á la ciudad con esposas en las manos. Mas, eran insignificantes por su número, pues la fuerza pretoriana había quedado acampada especialmente, á fin de custodiar la ciudad y guardar en ella el orden dentro de ciertos límites.

Pasada esa cohorte, aparecieron los conductores de los encadenados leones y tigres de Nerón. Llevábase á éstos por si al César le venía el deseo de imitar á Dionisio y uncirlos á sus carros. Eran conducidos con cadenas de acero por árabes é hindúes, pero esas cadenas iban de tal manera entrelazadas con guirnaldas, que las fleras parecían ir llevadas entre flores.

Los leones y tigres, amansados por hábiles domadores, miraban á la muchedumbre con sus ojos verdosos y como soñolientos; pero por instantes alzaban sus cabezas gigantescas y aspiraban, dilatando ruidosamente las narices con potente resoplido, las emanaciones de la multitud, relamiéndose á la vez con sus ásperas lenguas los hocicos.

Venían enseguida los vehículos y literas del César, grandes y pequeños, de oro ó de púrpura, incrustados de marfil ó de perlas, ó reluciendo en ellos los diamantes; y á continuación otra diminuta cohorte de pretorianos con armaduras romanas, pretorianos que eran exclusivamente voluntarios de Italia (1); luego una multitud de esclavos (1) Los habitantes de Italia habian sido eximidos del servicio militar por Augusto; en consecuencia, la llamada Cohors Italica (cohorte Italiana) que generalmente se hallaba estacionada en Asia, componiase tan solo de voluntarios. Así pues, los guardias pretorianos, cuando no extranjeros, eran individuos alistados como voluntarios.