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QUO VADIS

¿Has venido? No sé como agradecértelo, ¡oh Ligial Dios no ha podido enviarme un más dichoso augurio! Te saludo, aún cuando sea para decirte adiós, pero no adiós por largo tiempo. Tendré postas en el camino, y vendré á verte cada vez que disponga de un día libre, hasta tanto me sea permitido regresar. ¡Adiós!

—¡Adiós, Marco!—respondió Ligia.

Y añadió luego en voz baja: —Que Cristo te acompañe y abra tu alma á la palabra de Pablo!

Vinicio experimentó indecible placer al notar que Li gia se preocupaba de verle cuanto antes convertido al cristianismo, y la dijo: —Ocelle mil Sea como tú lo quieres. Pablo ha preferido viajar con los individuos de mi séquito, pero está conmi go y será para mí á la vez un compañero y un maestro.

Alza un momento ese velo, amada mía, y permite que te vea una vez más antes de seguir mi viaje. ¿Por qué te ocultas así?

Levantó la joven el velo, descubriendo á Vinicio su animado rostro y sus hermosísimos ojos sonrientes, y le preguntó: —¿Está malo el velo?

Y en la sonrisa de Ligia había algo de la púdica resistencia virginal, pero Vinicio, en tanto que la contempla ba enajenado, dijo: —Sí; malo para mis ojos, que quisieran no mirar hasta la muerte otra cosa que tu rostro divino!

Y volviéndose al ligur, dijo: —Ursus, guárdala como á la luz de tus ojos, pues ella es mi domina á la vez que la tuya.

Se apoderó luego de una mano de la joven y la llevó á sus labios, no sin asombro de la turba que les rodeaba y para la cual era incomprensible aquella manifestación de homenaje de parte del brillante angustiano á una donce lla tan humildemente vestida, que parecía una esclava,