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QUO VADIS

—¡Adiós! — la dijo por fin Vinicio.

Y partió presuroso, porque á la sazón toda la comitiva del César habíase adelantado considerablemente. El Apóstol Pedro lo bendijo haciéndole ligeramente la señal de la cruz; y el buen Ursus prorrumpió á la vez en una calurosa apologia suya, satisfecho al ver que su joven señora escuchaba con anhelo y agradecía esos elogios.

La comitiva había continuado su marcha entretanto, perdiéndose luego entre nubes de polvo de oro; Pedro, Ligia y Ursus la siguieron por largo tiempo con la vista.

Luego aproximóse á ellos Demas, el molinero para quien trabajaba Ursus por la noche.

Cuando hubo besado la mano del Apóstol, le rogó que quisiera acompañarle á su casa, situada en la proximidad del Mercado, á tomar un refrigerio, agregando que era natural tuviesen apetito y cansancio, después de haber estado la mayor parte del día cerca de aquella puerta.

Todos le siguieron y después de haber descansado y tomado algún alimento en su casa, volvieron al Trans—Tiber cuando caía ya la tarde. Como era su intención atravesar el río por el puente Emilio pasaron por el Clivus (Cuesta) Publicus, subiendo al monte Aventino, entre los templos de Diana y Mercurio.

Desde aquella altura contempló el Apóstol los edificios que se extendían en derredor y los que se desvanecían á la distancia.

Absorto en silenciosas meditaciones, pensaba en la inmensidad y en el poderío de aquella metrópoli, á la cual había venido á anunciar la palabra divina. Hasta entonces la dominación de Roma y de sus legiones habíasele hecho sensible en varios puntos de la tierra que había re corrido, y que no eran, por así decirlo, sino meros fragmentos del poder que por primera vez acababa de con templar personificado en la figura de Nerón.

Aquella ciudad inmensa, depravadadora, rapaz, desenfrenada, corrompida hasta la médula de los huesos, é inabor-