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QUO VADIS

bro, pues anteriormente había conceptuado siempre como bueno todo cuanto pudiera procurarle deleite ó bienestar.

Por último, le abandonaron el albedrío y la confianza en sí mismo, y cayó en una especie de marasmo, del cual no pudieron arrancarlo ni siquiera las noticias de la llegada del César.

Nada le impresionaba ya; y ni aún fué á visitar á Petronio, hasta que éste le mandó á su casa una invitación y una litera.

Al ver á su tío, quien lo acogió con agrado, contestó de mala gana á sus preguntas; pero sus sentimientos y sus ideas, refrenados por tanto tiempo, estallaron al fin, brotando de sus labios en un torrente de palabras.

Una vez más contó á Petronio detalladamente la historia de sus pesquisas en busca de Ligia, de su vida entre los cristianos, de todo cuanto había visto y oído allí, de lo que había pasado por su cerebro y por su corazón; y finalmente confesó con amargura que se hallaba sumergido en un caos, en medio del cual comprendía que había perdido ya toda ecuanimidad y hasta el don de discernir y de juzgar.

Nada le atraía, nada le agradaba y no sabía qué hacer, ni á qué dedicarse.

Hallábase alternativamente dispuesto á honrar ó á perseguir á Cristo; comprendía la grandeza de sus enseñanzas; más al propio tiempo le inspiraban repugnancia irresistible.

Sentiase asimismo penetrado de que, aún cuando llegase á ser suya Ligia, jamás podría haber en ello posesión completa: Cristo tendría también á compatirla.

Finalmente, vivía como si no viviera: sin esperanza, sin mañana, sin expectativa alguna de felicidad. En derredor sólo veía tinieblas, en medio de las cuales buscaba desorientado y á tientas una salida que se hallaba incapacitado de encontrar.

Mientras hacía Vinicio su narración. Petronio había es-