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QUO VADIS

ahí que los sirvientes, al ver un gigante conduciendo en sus brazos á una persona, creyeron que se trataba de algún esclavo que llevaba á su ama embriagada. Por otra parte, Actea iba con ellos, y su presencia bastaba para alejar toda sospecha.

De esta manera llegaron desde el triclinio hasta la sala contigua, y de allí á la galería que conducía á las habitaciones de Actea. A tal punto habían abandonado á Ligia las fuerzas, que pendía, como cuerpo inerte, del brazo de Ursus. Pero al soplo de la pura y fresca brisa de la mañaña reanimóse y abrió los ojos. Las luces del dia ibanse haciendo más y más distintas. Después que hubieron recorrido la columnata, volvieron hacia un pórtico lateral que daba, no al patio, sino á los jardines de palacio, en donde ibanse ya coloreando las copas de los pinos y cipreses á los primeros albores de la mañana. Esa parte del edificio hallábase vacía, de manera que hasta allí los ecos de la música y los estrépitos de la fiesta llegaban con claridad cada vez más decreciente. Ahora parecía á Ligia que había sido rescatada del infierno y vuelta de nuevo al hermoso y divino mundo exterior. Algo había entonces fuera de aquel triclinio horripilante. Existían aún el firmamento, la luz, la aurora, la paz. De pronto inundáronse de lágrimas los ojos de la doncella, y buscando abrigo en el brazo del gigante, dijo entre sollozos: —¡Vamos á casa, Ursus! ¡A casa, á la casa de Aulio!

—¡Vamos!—contestó Ursus.

A la sazón hallábanse en el pequeño vestíbulo de los departamentos de Actea. Ursus colocó á Ligia sobre un banco de mármol, á cierta distancia de la fuente. Actea se esforzó por tranquilizarla; rogóle que descansara y le aseguró que por el momento no había peligro alguno, pues, terminada la fiesta, los embriaga los huéspedes dormirían hasta la tarde.

Mucho tiempo tardó Ligia en calmarse, y oprimiéndose