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QUO VADIS

las sienes con ambas manos, seguía repitiendo con insistencia de niña: —¡Vamos á casal já la casa de Aulio!

Ursus estaba dispuesto. En las puertas había pretonianos, es cierto, pero él se hallaba pronto á pasar por sobre ellos. Los soldados, además, no detendrían á la gente que quisiera salir. El espacio que había delante del arco estaba completamente lleno de literas. Los visitantes de la víspera empezaban á marcharse en tropel. Nadie los detendría. Saldrían confundidos con la multitud y se irían á casa directamente. Así, pues, por lo que á eso tocaba, nada temía Ursus. La reina ordenaba, y ello debía de ser así. El estaba allí para llevar á cumplimiento sus mandatos.

—Si, Ursus,—repetía Ligia entre tanto;—vámonos.

Actea vióse obligada á reconocer en principio que ambos tenían razón. Pasarían, es cierto; nadie los detendría.

Pero no es permitido huir de la casa de Nerón; quien quiera que tal intente, ofende la majestad del César. Podrían irse; pero en la tarde, un centurión á la cabeza de algunos soldados sería portador de una sentencia de muerte para Aulio y Pomponia Graecina; traerían nuevamente á palacio á Ligia, y ya entonces para ella no habría salvación posible. Si Aulio y su esposa la recibieran otra vez bajo su techo, la muerte les aguardaba indefectiblemente.

Ligia dejó caer los brazos, presa del desaliento. No había, en efecto, ninguna otra salida. Debía ella escojer entre su ruina y la ruina de Plaucio. Al ir á la fiesta había esperado que Vinicio y Petronio la rescataran del poder del César y la volviesen á casa de Pomponia; sabía ahora que habían sido ellos los que indujeran al César á sacarla de la casa de Aulio. No había, pues, amparo posible. Sólo un milagro podía salvarla del abismo: un milagro y el poder de Dios.

—Actea,—dijo Ligia con acento de desesperación,—goiste decir á Vinicio que el César me había destinado á él, y