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QUO VADIS

que mandaría aquí esta tarde esclavos suyos para que me condujeran á su casa?

—Sí,—contestó Actea, levantándole los abatidos brazos y guardando silencio en seguida.

Empero, la desesperación con que hablaba Ligia no hallaba eco en Actea. Ella misma había sido favorita de Neron. Su corazón, aunque bueno, era incapaz de percibir con claridad lo vergonzoso de tales relaciones. Antigua esclava, había crecido en los hábitos de la esclavitud, y además amaba todavía al César. Si éste se dignara volver á ella, le abriría los brazos como á la felicidad. Comprendiendo claramente que Ligia debía, ó llegar á ser la querida del joven y hermoso Vinicio, ó exponer á Plaucio y Pomponia á la ruina, no alcanzaba á comprender cómo podía la joven vacilar.

—En la casa del César,—dijo al cabo de unos instantes, —no te hallarías más segura que en la de Vinicio.

Y no se le ocurrió que, aún cuando estaba diciendo á Ligia la verdad, sus palabras significaban: «Resignate á tu suerte y ve á ser la concubina de Vinicio.» En cuanto á Ligia, que todavía estaba sintiendo en los labios sus besos, ardientes como brasas y llenos de innobles deseos, la sangre subiósele al rostro como en una oleada de vergüenza ante el solo recuerdo de aquella afrenta.

—¡Jamás!—exclamó con ímpetu incontenible. ¡Jamás he de permanecer aquí, ni en la casa de Vinicio!... ¡Jamás!

—Pero, dime entonces,—pregunió Actea,—¿tú aborreces á Vinicio?

A Ligia le fué imposible contestar, porque el llanto volvióse á apoderar de ella. Actea estrechó á la doncella contra su pecho y se esforzó por calmar su agitación. Ursus, entre tanto, respiraba con fuerza y apretaba sus puños de gigante, porque, amando á su reina con la fidelidad de un pero, no podía sufrir la vista de sus lágrimas. En su semisalvaje corazón ligur palpitaba ahora el deseo de volver al