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QUO VADIS

—¡Ah, Heraclea! Allí conocí á una muchacha de Cólquida, por quien daría, de buena gana, todas las divorciadas de aquí, sin exceptuar á Popea. Pero estas son historias añejas. Preferible es que me hables de lo que pasa en la frontera de los partos. En el fondo no son muy temibles todos esos Vologesos, Tiridates, Tigranes y otros bárbaros que aún caminan á cuatro patas en su país, y no imitan al hombre más que en nuestra presencia. Pero ahora, sólo se habla en Roma de esas gentes; sin duda porque es menos peligroso que hablar de otra cosa cualquiera.

—Sin Corbulón, esas guerras podían terminar malamente.

—¿Corbulón? ¡Por Baco! Es un verdadero dios de la guerra; un verdadero Marte, un gran general, un hombre á la vez fogoso, leal é imbécil. Yo le quiero únicamente por el temor que inspira á Nerón.

—Corbulón no es un imbécil.

—Puede que tengas razón; por lo demás, poco importa. La estupidez, como dice Pyrron, no le cede en nada á la sabiduría, y en nada difiere de ella.

Vinicio empezó entonces á dar noticias de la guerra, pero cuando Petronio cerró de nuevo los ojos, reparó el joven en el aire de fatiga y en el enflaquecimiento del semblante de su tio, y cambiando al punto de tema, preguntóle con interés por su salud.

Petronio abrió de nuevo los ojos.

¿Salud? No. Su salud no era buena. Cierto era que aún no llegaba al estado del joven Sisena, que había perdido ya la sensación hasta el punto de que, cuando le llevaban al baño por la mañana, preguntaba: «¿Estoy de pie ó sentado?» Pero, de todas maneras no se sentía bien. Vinicio acababa de encomendarle á los númenes Venus y Esculapio. Pero él, Petronic, no creía en Esculapio. ¡Ni siquiera sabíase de quien era hijo este dios, si de Arsidoe ó de Coronidel y si era dudosa la madre, ¿qué podría decirse del