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QUO VADIS

era regular: la respiración de quien duerme un tranquilo sueño.

—Ella duerme... ella puede dormir,—pensó Actea. No es todavía más que una niña.

Empero, al cabo de un instante, vino á su mente el recuerdo de que esa niña prefería fugarse á permanecer con el carácter de la amada de Vinicio; prefería las privaciones á la vergüenza; la vida errante, á una casa de gran señor y al consiguiente disfrute de trajes, joyas y fiestas, entre alegres sones de laúdes y de cítaras, ¿Por qué?

Y tornaba á contemplar á Ligia, como si en las puras líneas de su rostro de angel dormido hubiera de hallar la respuesta.

Contemplaba su limpida frente, el arco sereno de sus cejas, sus obscuras trenzas, sus entreabiertos labios, su seno virginal, suavemente agitado por una respiración tranquila. Y pensó de nuevo: —¡Cuán diferente de mil Ligia mostrábasele ahora como un prodigio viviente, como una especie de visión divina, como un ser predilecto de los dioses, cien veces más hermosa que todas las flores del jardín del César, que todas las estátuas que adornaban su palacio. Y por otro lado, cuando pensaba en los peligros que á esta niña aguardaban, sentía inmensa pena en el alma. Parecía haber despertado en el corazón de aquella mujer un como amor de madre.

Ligia presentábasele, pues, no tan solo hermosa como una hermosa visión, sino tiernamente amada. Y en un impulso lleno de afecto acercóse á ella y le imprimió un beso en los negros y undosos cabellos.

Pero Ligia dormía (en calma, cual si se hallara en su hogar y bajo la égida de Pomponia Graecina. Y durmió por espacio de largas horas.

Era ya más de medio día cuando abrió sus azules ojos y los paseó atónita por los ámbitos del cubiculum. Evidentemente estrañaba no encontrarse en la casa de Aulio,