Página:Quo vadis - Eduardo Poirier tr. - Tomo I (1900).pdf/131

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
125
QUO VADIS

—Pero, ¿no estuviste tú á mis pies?

—Por cierto, para colocar anillos en sus dedos.

Crisotemis dirigió involuntariamente la vista á sus pies, en cuyos dedos era verdad que brillaban algunos diamantes, y ella y Petronio echáronse á reir.

Pero Vinicio no daba oídos á estas chanzas. Su corazón palpitaba intranquilo bajo los atavíos de sacerdote sirio de que habíase revestido para recibir á Ligia.

—Ya habrán salido de palacio,—dijo, como hablando consigo mismo.

—En efecto,—contestó Petronio.—Entre tanto, puedo referirte las predicciones de Apolonio de Tiane, ó la historia de Rufino, que no he terminado de contarte el otro día, no recuerdo por qué causa.

Pero á Vinicio á la sazón importábale tan poco Apolonio de Tiane como la historia de Rufino. Su ánimo todo entero se hallaba embriagado por Ligia, y aun cuando no se le ocultaba que era más decoroso recibirla en su casa que haber ido por ella á palacio, cual una especie de esbirro, había momentos en que sentía no haber cedido á su primer impulso, porque así habría podido verla antes y sentarse á su lado en la dulce penumbra de la litera doble.

Entre tanto, varios esclavos entraron trayendo un tripode adornado con cabezas de morueco, en el que había unos pebeteros de bronce con carbones encendidos, sobre los cuales venían espolvoreando los esclavos mirra y nardo.

—Ahora ya irán dando vuelta hacia el barrio Carinas (de las Carenas),—dijo otra vez Vinicio preocupado.

—Le es imposible esperar; saldrá corriendo en busca de la litera, y es probable que no la encuentre,—exclamó Crisotemis.

Sonrió Vinicio con aire distraído y dijo: —Por el contrario, esperaré.

Pero al mismo tiempo mostrábase anhelante, inquieto, las narices dilatadas,