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QUO VADIS

Y pareció hallar en esto una especie de consuelo. Ahora siquiera quedábale algún objeto á qué destinar su vida; restábale algo con qué llenar sus días y sus noches. Así, pues, abandonando su primera idea de visitar á Plaucio, se hizo conducir á palacio. Y en el camino fué pensando en que, si no le admitían á la presencia del César, ó si le registraban para ver si llevaba consigo armas, sería esa una prueba de que era el César el raptor de Ligia. El no llevaba armas. En general, había perdido su presencia de ánimo; pero, cual siempre sucede á las personas á quienes domina la obesión de una idea fija, conservaba esa presencia de ánimo en todo lo pertinente á su venganza. No deseaba que sus proyectos de reparación fueran á verse prematuramente desbaratados.

Ante todas cosas, quería hablar con Actea, pues aguardaba saber de sus labios la verdad. Y por momentos relampagueaba en su cerebro la esperanza de que acaso también pudiera ver á Ligia; y á esa sola idea poníase á temblar. Porque, si el César la había arrebatado sin saber quién era, bien podía volvérsela ese mismo día. Pero después de breve espacio, desechó esta suposición. Si hubiera existido el menor deseo de volvérsela, estaría ya Ligia en su casa. La única persona que pudiera explicarlo todo era, pues, Actea y había necesidad de veria antes que á cualquiera otra.

Adquirida ya esta convicción, ordenó á sus esclavos que apresurasen la marcha y durante el resto del camino fué pensando, en medio de un verdadero desorden de ideas, ora en Ligia, ora en la venganza.

Había oido decir que los sacerdotes egipcios de la diosa Pasht tenían el poder de envíar enfermedades á quienquiera que fuese y ellos lo desearan, y se decidió á estudiar los medios de alcanzar esto. Habíanle dicho asimismo en Oriente que entre los judíos existe una especie de invocaciones, por virtud de las cuales cubren de úlceras los cuerpos de sus enemigos. Tenía entre sus esclavos una