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QUO VADIS

mayor motivo cuanto que afirmaba su posición y hacía irresistible su influencia.

La suerte de todo el imperio podía depender de la salud y la vida de la infanta Augusta; pero Vinicio hallábase tan preocupado de sí mismo, de su propia situación y de su amor, que sin hacer caso de las noticias que le daba el centurión, limitóse á contestar: —Sólo deseo ver á Actea.

Y entró en palacio.

Pero Actea encontrábase también ocupada cerca de la infanta y Vinicio tuvo que esperarla por largo tiempo. Solo volvió cerca de medio día, marchito el rostro y cubierto de una palidez que á la vista de Vinicio se hizo más intensa.

—Acteal—exclamó Vinicio, tomándola de la mano y atrayéndola hacia el centro del atrium—¿dónde está Ligia?

—Yo deseaba preguntarte eso á tí,—contestó ella mirándole de frente con expresión de reproche en el semblante.

Pero, aun cuando Vinicio habíase prometido á sí mismo hacer con calma estas averiguaciones, volvió á oprimirse la cabeza con ambas manos y dijo descompuesto el semblante por el dolor y la cólera: —Se ha fugado. ¡Me fué arrebatada en el camino!

Sin embargo, al cabo do un momento se repuso y acercando impulsivamente su rostro al de Actea, la dijo con los dientes apretados: —Acteal Si la vida te es cara, si no deseas ser causante de infortunios que tú no puedes ni siquiera imaginar, contéstame la verdad: ¿Se apoderó de ella el César?

—El César no salió ayer de palacio.

—Por la sombra de tu madre, por todos los dioses, dime, ¿no está en palacio entonces?

—Por la sombra de mi madre, Marco, yo te aseguro que