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QUO VADIS

todas las que había encontrado en la casa del César? ¿No se había penetrado al instante, á la sola vista de Ligia, de que era un púdica doncella, dispuesta á preferir la muerte á la infamia? ¿De dónde sabía qué clase de dioses eran los que ella adoraba, y si no eran más puros y mejores que la licenciosa Venus ó que Isis, á quien adoraben las depravadas mujeres de Roma? ¡No! Ligia no le había hecho confesión alguna, pero habíale dicho, sí, que era á Vinicio á quien había pensado volver los ojos en busca de salvación; que había esperado de él que obtuviera del César permiso para volver a su casa y á los brazos de Pomponia. Y Ligia en el momento de manifestar estas espectativas suyas, habíase ruborizado como una virgen que ama y confía. En el corazón de la joven había latidos consagrados á él; pero él, en cambio, habíala aterrorizado y ofendido; habiala indignado. Bien podía Vinicio buscarla ahora con la ayuda de los soldados del César, pero debía saber también que si llegase á morir la hija de Popea, las sospechas recaerían en Ligia, cuya destrucción seria entonces inevitable.

La emoción empezó á abrirse paso bruscamente por entre la cólera y el dolor de Vinicio. La noticia de que era amado por Ligia le conmovió hasta lo más hondo del alma. La recordaba ahora cuando á su lado en el jardin de Aulio, escuchaba ella sus palabras cubierto de rubor el rostro y radiantes de luz los ojos. Parecíale también que era entonces cuando ella había empezado á amarle; y en el momento mismo, á esa sola idea, llegó hasta su alma, cual ténue brisa impalpable, una sensación de felicidad, de una felicidad cien veces mayor que la por él ansiada hasta entonces. Pensó que habría podido bien conquistarla gradualmente, contando desde luego con su amor. Ella entonces habría cubierto de guirnaldas la puerta de su casa, frotándola con grasa de lobo y sentándose luego como esposa suya en su hogar, sobre la piel de morueco.

Habría escuchado de sus labios la sacramental frase: