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QUO VADIS

Ursus por añadidura. A menos, entonces, que existan algunos otros y sean ellos quienes hayan auxiliado la fuga de Ligia.

—Su fe prescribe el perdón,—dijo Vinicio.—En las habitaciones de Actea me encontré con Pomponia, quien me dijo: «Que Dios te perdone el daño que nos has hecho á nosotros y á Ligia.» —Evidentemente ese dios suyo es algún curator (administrador, curador) de muy suave pasta. ¡Ah! pues que te perdone, y en señal de tal perdón, te devuelva la doncella.

—Sería capaz de ofrecerle una hecatombe (1) para mañanal No tengo deseos de comer, de bañarme ni de dormir.

Tomaré una linterna sorda y me echaré á vagar por la ciudad. Acaso logre encontrarla bajo algún disfraz. Estoy enfermo.

Petronio le miró con aire de conmiseración. En efecto, bajo sus ojos se advertían sendas ojeras azuladas, sus pupilas brillaban á influjo de la fiebre, su barba sin afeitar daba más sombrío relieve á sus enérgicamente pronunciados pómulos, tenía en desorden el cabello y realmente presentaba todo el aspecto de un hombre enfermo. Iras y la rubia Eunice le miraban también con expresión de simpatía; pero él parecía no verlas. La verdad era que ni él ni Petronio hacían el menor caso de las esclavas; diríase que eran otros tantos perros que anduvieran moviéndose en derredor de ellos.

—La fiebre te atormenta,—dijo Petronio.

—Así es.

—Entonces óyeme. No sé qué te haya prescrito el doctor para estos casos, pero sé cómo habría yo de obrar en lugar tuyo. Mientras encontramos á la prófuga, yo buscaría en otra lo que por el momento se ha desprendido de mi marchándose con aquella. He visto en tu casa de cam(1) Sacrificio de cien victimas de una misma especie, entre los griegos y los romanos.