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QUO VADIS

decido, porque es la mejor vestiplice (doncella, camarera), de toda la ciudad.

En efecto, la vestiplice entró cuando decía él esas palabras, y tomando en sus manos la toga que se hallaba sobre una silla con incrustaciones de nácar, abrió aquella vestidura para echarla sobre los hombros de Petronio. En su rostro advertíase ahora una especie de tranquila diafanidad y en sus ojos había irridiaciones jubilosas.

Petronio la observó y le pareció muy linda. Depués de algunos instantes, cuando le hubo cubierto con la toga, empezó á arreglársela, inclinándose á veces para dar mayor amplitud á los pliegues. Notó él entonces que los brazos de la esclava eran de un primoroso tinte rosa pálido y que en su seno y en sus hombros vislumbrabanse unos como transparentes reflejos de perla ó de alabastro.

—Eunice,—la dijo,—¿ha venido, el llamado de Tiresias, el hombre de quien hiciste ayer mención?

—Ha venido, señor.

—¿Cómo se llama?

—Chilo Chilonides.

—¿Quién es él?

—Un médico, un sabio y un adivinador, que predice lo futuro y lee los destinos de los hombres.

—¿Te ha predicho á ti lo futuro?

Un vivo rubor coloreó el rostro de Eunice y el rosado tinte llegó hasta cubrir sus orejas delicadas y el cuello mismo, y dijo: —Sí, señor.

—¿Y cuál ha sido su predicción?

—Que el dolor y la felicidad me saldrán al encuentro.

—El dolor te sobrevino ayer, en las manos de Tiresias; de manera que la felicidad debería llegarte á tu turno.

—Ha llegado ya, señor.

—¿Cómo?

—Me quedo,—dijo ella con voz ténue como un susurro.

Petronio puso su mano sobre su rubia cabeza y dijo: