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QUO VADIS

Pero Vinicio hallábase complacido, pues pensaba que este hombre, como un sabueso, una vez puesto en la pista no se detendria hasta no haber descubierto el escondite de Ligia.

—Y bien, —dijo,—¿necesitas de mayores indicios?

—Necesito armas.

—¿De qué clase?—preguntó Vinicio con aire sorprendido.

El griego extendió una mano y con la otra hizo el ademán de contar dinero.

—Tales son los tiempos, señor, —dijo á la vez, dando un suspiro.

—¿Tú entonces has de ser el asno que quiere ganarse la fortaleza con bolsas de oro?—dijo Petronio.

—Yo soy tan solo un pobre filósofo,—contestó Chilo con aire humil —vosot tenéis el oro.

Vinicio le arrojó una bolsa, que el griego cogió en el aire, aún cuando le faltaban dos de los dedos de la mano derecha.

En seguida levantó la cabeza y dijo: —Sé más de lo que tú crees. No he venido aquí con las manos vacías. Sé que Aulio no es quien ha interceptado á la doncella, porque he hablado con los esclavos del general. Sé que no se halla Ligia en el Palatino, porque alli todos están preocupados con la infanta Augusta; y es posible que hasta pueda yo adivinar por qué prefieres buscar á la doncella con mi ayuda, antes que con la de los guardias de la ciudad y los soldados del César. Sé que su fuga se efectuó con el concurso de un sirviente, un esclavo originario del mismo país donde ella nació. El indicado sirviente no ha podido encontrar cooperadores entre los esclavos, porque todos ellos marchan juntos, y no habría habido quienes quisieran coaligarse en un ataque contra los tuyos. Solamente algún correligionario ha podido prestarle ayuda.

—¿Lo has oído, 'Vinicio?—prorrumpió diciendo Petro-