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QUO VADIS

có Chilo.—¿Quién ha examinado jamás á un cristiano?

¿Quién ha estudiado su religión? Cuando hace tres años venía yo en viaje de Napoles á Roma, (joh, por qué no me quedé entonces en Nápoles!) me hizo compañía un hombre llamado Glauco, á quien las gentes reputaban cristiano, a pesar de lo cual pude convencerme de que era un hombre virtuoso y bueno.

—¿No habrá sido ese hombre virtuoso y bueno el que te ha hecho conocer lo que simboliza el pescado?

— Desgraciadamente, señor, en una fonda del camino alguien dió una puñalada á ese buen hombre, y su esposa é hijo le fueron arrebatados por unos mercaderes de esclavos. Yo perdí en la defensa de todos ellos los dos dedos que me faltan; y desde que, como dicen las gentes, no escasean los milagros entre los cristianos, espero que antes de ucho vuelvan á salirme dedos nuevos en la mano.

—¿Cómo es eso? ¿Te has hecho cristiano?

—¡Desde ayer, señor, desde ayer! El pescado me hizo cristiano. Ved qué poder tiene. Por espacio de algunos días seré el más celoso prosélito de todos ellos, á fin de conseguir que me inicien en todos sus secretos; y cuando de ellos esté impuesto, sabré dónde se halla oculta la doncella. Probable es que entonces el cristianismo me sea más provechoso que la filosofia. También he hecho un voto á Mercurio y ofrecidole sacrificarle dos vaquillas del mismo tamaño y color,—y les doraré los cuernos,—si me presta su ayuda para encontrar á la doncella.

—Entonces es decir que tu cristianismo de ayer y tu filosofía de largo tiempo, te permiten creer en Mercurio?

—Yo creo siempre en todo aquello en que necesito creer: esa es mi filosofia, que debiera ser grata á Mercurio.

Desgraciadamente,—ya sabéis, dignos señores, cuán suspieste dios, — él no confía ni siquiera en las promesas de los filósofos impecables y prefiere recibir adelantadas las vaquillas; y entre tanto, esto importa un desembolso caz