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QUO VADIS

pensa. ¡Ahl Me olvidabal Como filósofo, yo desprecio el dinero, si bien ni Séneca, ni siquiera Musonio, ni Cornuto, lo desprecian, ellos que no han perdido ningún dedo en defensa de nadie y pueden, por lo tanto, escribir de su puño y dejar sus nombres á la posteridad. Pero fuera del esclavo que me propongo comprar, y de Mercurio, á quien he prometido las vaquillas, —y ya sabéis qué subidos precios alcanza el ganado en estos tiempos,—las investigatigaciones propiamente dichas imponen gastos considerables. Escuchadme con paciencia y veréis. Desde hace algunos días tengo los pies lastimados de tanto caminar. He ido á las tiendas de vinos, á conversar con el pueblo; á las panaderías, á las carnicerías, á las aceiterías y á casa de los pescadores. He recorrido todas las calles y todas las avenidas; he buscado en todos los escondrijos de los esclavos fugitivos; he perdido dinero, casi cien ases—jugando mora; he estado en las lavanderías, en los secaderos, en los figones; me he visto con arrieros de mulas y con escultores; con los sacamuelas y los que curan las enfermedades de la vejiga; he conversado con los vendedores de higos secos; he ido hasta el cementerio; ¿y sabéis por qué? Por esto: con el fin de dibujar en todas partes un pescado, mirar en seguida en la cara de un interlocutor y tomar nota de lo que dijese á la vista de ese signo.

Por largo tiempo no pude averiguar nada, hasta que un dia vi un viejo esclavo en una fuente. De ella estaba sacando agua con un cubo y llorando. Acerquéme y le pregunté cuál era la causa de sus lágrimas. Una vez que nos hubimos sentado al pie de la fuente, me contestó que durante toda su vida, se había llevado reuniendo sestercio tras sestercio á fin de poder algún día rescatar á su amado hijo, pero su amo, un cierto Pansa, cada vez que le entregaba el dinero, se lo guardaba, si bien mantenía siempre á su hijo en esclavitud.—Y por eso estoy llorando,—me dijo el viejo;—porque, aún cuando repito siempre: «Hágase la voluntad de Dios, yo, pobre pecador, no puedo con-