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QUO VADIS

tener las lágrimas.»—Entonces, yo, cual si me hubiese asaltado un presentimiento, mojé un dedo en el agua, y con él, dibujé un pescado a la vista del viejo. A lo que contestó él: —Mi esperanza, también se halla cifrada en Cristo.»—Entonces le pregunté: —«¿Te has confesado á mí por medio de este signo?»—«Si,—me dijo;—y que la paz sea contigo.»—Empecé luego á sonsacarle, y el buen viejo me lo reveló todo. Su amo, ese Pansa, es un liberto del gran Pansa; y se ocupa en el acarreo que hace por el Tiber de piedras para Roma; y aquí esclavos y personas pagadas, al efecto, descárganlas de las embarcaciones y las conducen hasta el pie de los edificios durante la noche, á fin de no obstruir el tráfico de las calles en las horas del día. Entre esos trabajadores hay muchos cristianos, siendo uno de ellos el hijo del viejo, y como ese trabajo es superior á las fuerzas del muchacho, su pobre padre deseaba rescatarlo.

Pero Pansa prefirió guardarse tanto el dinero como el esclavo. Mientras esto me estaba diciendo el viejo, tornó á llorar otra vez, y yo, mezclé á las suyas, mis propias lágrimas. Estas últimas brotaron fácilmente de mis ojos á causa de mi bondadoso corazón y de lo mucho que me dolían los pies por haber hecho caminatas excesivamente largas y continuadas. Entonces yo empecé también á lamentarme porque como,—según le dije,—acababa de llegar de Nápoles, solo, hacía muy pocos días, no conocía á ninguno de la hermandad, y no sabía, por consiguiente, dónde se reunían á hacer sus oraciones. El se sorprendió de que los cristianos de Nápoles no me hubieran dado cartas para sus hermanos de Roma; pero yo le expliqué el asunto, asegurándole que esas cartas me habían sido robadas en el camino. Oido lo cual, me dijo que fuese al río en la noche, y él, me pondría en relación con hermanos que me llevarían á las casas de oración y con los jefes que gobiernan la comunidad cristiana. Cuando hube escuchado esto, experimenté un júbilo tan grande, que dí al viejo la suma ne-