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QUO VADIS

Ligia; y á esta idea perdía los últimos restos del equilibrio en que Petronio deseaba que mantuviera su espíritu.

Había momentos en que no se daba cuenta á sí propio de si aborrecía ó amaba á Ligia; comprendía tan sólo que era forzoso encontrarla, y habría preferido entonces ver que se la tragase la tierra, si no había de recupararla él y poseerla.

Mediante al poder de su imaginación, veíala en ocasiones con tanta nitidez como si la tuviese ante su vista.

Traía á la mente una á una todas las palabras que la había dirigido, y todas las que había de sus labios escuchado. Sentiala cerca de sí, sobre su pecho, en sus brazos; y entonces el deseo lo envolvia como en una abrasadora llama.

En esos momentos la amaba y le imploraba que prestase oído á su amoroso reclamo.

Y cuando pensaba en que era correspondido y en que podía ella calmar voluntariamente sus más férvidos anhelos, una angustia cruel y sin término apoderábase de él, y una especie de ternura inenarrable, en su pecho rebosaba, como una onda poderosa.

Pero había también momentos en que palidecía de cólera y se gozaba en discurrir arbitrios de humillación y de tormento para Ligia cuando llegase á encontrarla.

Entonces fingíase no sólo su dueño, sino el amo verdadero de una esclava que hollaría á su antojo.

Y luego decíase, que si le dieran á elegir entre ser él esclavo de Ligia y no volver á verla jamás en la vida, preferiría ser su esclavo.

Había días en que pensaba en las rojas huellas que el látigo habría de marcar en sus carnes de color de rosa, y en seguida le sobrevenía un deseo avasallador de besar esas crueles marcas.

Y también á su enfermo cerebro asaltaba por instantes la idea de que al matarla se conceptuaría dichoso.

En estas alternativas de tortura, cavilación, incertidum-