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QUO VADIS

bre y sufrimiento iba perdiendo la salud y hasta su varonil hermosura. Hizose un amo cruel é incomprensible. Sus esclavos, y hasta sus libertos, acercábanse á él temblando; y como ahora caían sobre ellos inmerecidos castigos,—tan despiadados como injustificables, —empezaron secretamente á odiarle, en tanto que él, comprendiendo esto y sintiéndose más y mas aislado, tomaba en ellos venganzas cada día más crueles. Contenfase tan sólo respecto de Chilo, temeroso de que pudiera éste interrumpir sus pesquisas.

Y el griego, que tal notó, fué de modo paulatino ganando sobre él dominio y tornándose más y más exigente.

Al principio, en cada una de sus visitas aseguraba á Vinicio que el asunto se llevaría á efecto de manera fácil y rápida; luego empezó á descubrir en él sus obstáculos y aún cuando es cierto que continuó dándole seguridad esa acerca del éxito final indubitable de las pesquisas, no le ocultaba ahora el hecho de que ellas debían continuarse todavía por bastante tiempo.

Por último, después de largos días de espectativa, llegó uno en que Chillo presentóse al joven con el semblante tan lleno de contrariedad, que aquél á su vista púsose pálido, y saltando de su asiento, tuvo apenas fuerzas para preguntar: —¿No éstá ella entre los cristianos?

—Sí está, señor,—contestó Chilo;—pero también he hallado á Glauco entre ellos.

—¿De qué estás hablando, y quién es Glauco?

—Has olvidado, señor, á lo que parece, al viejo con quien viajé de Nápoles á Roma, y en cuya defensa perdi estos dos dedos, mutilación que me tiene imposibilitado para escribir. Los ladrones que le arrebataron su mujer y su hijo, le hirieron con un puñal. Yo le dejé agonizante en una fonda de Minturna, y le había llorado por muerto hasta hace poco. Mas, jayl estoy ahora convencido de que vive aún, y pertenece en Roma, á la comunión cristiana,