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QUO VADIS

Vinicio, que no podia comprender de qué se trataba, sospechó tan sólo que Glauco empezaba a ser una especie de obstáculo al descubrimiento de Ligia.

Así, pues, reprimió la cólera que ya iba subiéndole al rostro, y dijo: —Si en la ocasión recordada tú le defendiste, debiera él estarte agradecido y ayudarte ahora.

—¡Ah, digno tribuno! Los dioses mismos suelen no ser siempre agradecidos, ¿qué podrá entonces aguardarse de los hombres Efectivamente, Glauco ha debido sentir reconocimiento hacia mi. Por desgracia, es hombre ya viejo, de cerebro débil, que han obscurecido la edad y las vicisitudes, razón por la cual, no sólo no me conserva ninguna gratitud, sino que, según he sabido de boca de sus correligionarios, me acusa de complicidad con los ladrones aquellos, y me considera el causante de sus infortunios.

¡Así me paga la pérdida de mis dedos!

—Bribón! Estoy seguro de que las cosas pasaron como Glauco las refiere,—contestó Vinicio.

—Entonces, sabes más que él mismo, señor, porque Glauco solamente abriga sospechas de que así aconteció; lo cual, sin embargo, no le impediría congregar á los cristianos y vengarse de mí cruelmente.

Y á no dudarlo habría hecho eso, y encontrando quienes le secundaran; pero afortunadamente no sabe mi nombre, y en el oratorio en que nos encontramos no reparó en mí. Empero, yo le reconocí al punto, y en el primer momento estuve tentado de echarle al cuello los brazos. Sin embargo, la prudencia y el hábito que tengo de pensar cada paso que doy, me impidieron hacerlo. Así, pues, al salir del oratorio, tomé informes respecto de él, de parte de conocidos suyos, quienes me declararon era el hombre que había sido traicionado por su compañero de viaje, en la jornada de Nápoles á Roma. De otra manera no habría sabido yo que él cuenta semejante historia.

Tomo I
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