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QUO VADIS

—¿Y qué me importa á mí todo eso? Dime que viste en ese oratorio.

—Cierto es, señor, que á ti no te importa, pere á mí me concierne tanto como la vida misma. En el deseo de que mi sabiduría me sobreviva, preferiría renunciar á la recompensa que me has ofrecido antes que exponer mi vida por el simple lucro, sin necesidad del cual yo, como verdadero filósofo, podré siempre vivir en perseguimiento de la divina sabiduría.

Pero Vinicio acercósele entonces con ominoso continente, y le dijo con acento de mal reprimida cólera: —¿Quién te ha dicho que la muerte podrías tú recibirla de manos de Glauco, antes que de las mías? ¿Qué sabes tú, perro, si no me viene en deseo hacerte enterrar incontinenti en mi jardin?

Chilo, que era un cobarde, miró á Vinicio, y en un abrir y cerrar de ejos, comprendió que una sola indiscreta palabra más, podría perderle sin remisión. Y entonces, con presuroso acento, exclamó: —¡La buscaré, señor, y la encontraré!

Sucedióse un breve silencio, durante el cual pudo escucharse la respiración agitada de Vinicio y el distante rumor de los esclavos, que trabajaban cantando en el jardín.

Solo después de algunos instantes recobró la palabra el griego, cuando hubo notado que el joven patricio habíase calmado un tanto,—y repuso: —La muerte ha pasado ante mi vista, pero la he contemplado con la serenidad de Sócrates. No, señor, yo no te he dicho que me niego á seguir buscando á la doncella; simplemente deseaba comunicarte que mis pesquisas se hallan en la actualidad relacionadas con un gran peligro que me amenaza. Un tiempo dudaste que existiera en el mundo el tal Euricio, y aun cuando hubiste de convencerte por tus propios ojos de que el hijo de mi padre te había dicho la verdad, tienes hoy sospechas de que yo haya ahora inventado á Glauco. ¡Ah! Fuera esta una simple