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QUO VADIS

ficción, y podría yo mezclarme entre los cristianos con la seguridad más completa, como hasta hace poco, y á cambio de ello hasta daría esa pobre esclava vieja que hace tres días compré para que cuidara en mis últimos años de mi desmedrada personal Pero Glauco vive, señor, y si hubiera él reparado en mí una vez tan siquiera, no me habrías vuelto á ver tú, y en ese caso, ¿quién podría encon trar á la doncella?

Aquí guardó silencio nuevamente, y empezó á enjugar sus lágrimas.

—Y mientras viva Glauco,—prosigió diciendo,—¿cómo habré de seguirla buscando? Porque puedo tropezar con él en cualquier paso que dé; y si le encuentro, he de perecer, y con mi vida han de terminar mis pesquisas.

—¿Cuáles son tus designios? ¿Qué remedio tiene eso?

¿Qué intentas hacer?—preguntó Vinicio.

—Aristóteles nos enseña, señor, que las cosas menores deben sacrificarse á las mayores, y el rey Priamo decía frecuentemente que la vejez era una pesada carga. Y á la verdad, la carga de la vejez y del infortunio gravita desde hace mucho tiempo sobre Glauco, y tan pesadamente, que la muerte sería para él un beneficio. Y además, ¿qué es la muerte, según Séneca, sino una liberación?

—¡Deja esas boberías para usarlas con Petronio, no conmigo! Di abiertamente lo que deseas.

—Si la virtud es bobería, permitan los dioses que sea yo toda mi vida un bobo. Lo que deseo, señor, es hacer á un lado á Glauco, pues mientras él viva, mi existencia y mis pesquisas correrán incesante peligro.

—Alquila hombres para que le maten á palos: yo pagaré la faena.

—Te robarán, señor, y después utilizarán el secreto en provecho propio. Hay en Roma tantos malhechores como en el circo granos de arena; más parece increible lo caros que son, cuando un hombre honrado necesita de su vil concurso. ¡No, digno tribuno! ¿Y si los guardianes sor-