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QUO VADIS

prendieran á los asesinos en fragante? Confesarian, sin lugar á duda, quién les mandaba y entonces tendrías dificultades A mí no me señalarían, porque na daré mi nombre.

Mal haces al no confiiar en mi perspicacia, recuerdo que tengo asimismo en mira otras dos cosas: mi vida y la recompensa que me has prometido.

—¿Cuánto necesitas?

—Mil sestercios; porque fija tu atención en esto: yo debo buscar unos malhechores honrados, es decir, individuos que una vez atrapado un anticipo de dinero, no se hagan humo con él sin dejar huella. ¡A buen trabajo buena recompensa! Algo también podría agregarse en mi obsequio y para enjugar las lágrimas que habrá de arrancarme la compasión por la suerte de Glauco. Pongo á los dioses por testigos de lo mucho que le amo. Si hoy recibo mil sestercios, dentro de dos días su alma estará en el dominio de las Parcas; y entonces, si conservan las almas memoria y el privilegio del pensamiento, sabrá por primera vez cuanto le he amadol Puedo encontrar gente hoy mismo y advertirles que les rebajaré cien sestercios por cada día de la vida de Glauco. Por otra parte, se me ocurre una idea que me parece infalible.

Vinicio le prometió la suma deseada, prohibiéndole al mismo tiempo que volviese á mencionarle el nombre de Glauco. Le pidió enseguida otras noticias, ordenándole á la vez diera cuenta de como había empleado su tiempo y de lo que hasta entonces había visto y descubierto.

Pero Chilo no tenía mucho que contar. Había estado en dos oratorios más, había observado con minuciosidad á cada uno de sus asistentes, en especial á las mujeres, sin encontrar ninguna que se asemejara á Ligia. En cambio, los cristianos le miraban como indivíduo de su secta y desde el día en que había rescatado al hijo de Euricio, le honraban como á hombre que seguía las huellas de Cristo.

También había sabido por ellos que un gran legislador de su doctrina, llamado Pablo de Tarso, se hallaba en Ro-