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QUO VADIS

»El pobre Torcuato Silano ya no es hoy sino una sombra: se abrió las venas hace pocos días. Lecanio y Licinio entrarán en el consulado con el terror. El viejo Trasea no ha de escapar á la muerte, porque tiene la osadía de ser honrado. Tigelino todavía no alcanza la suficiente autoridad para formular en mi contra la orden de abrirme las venas.

Me necesitan aún, y no tan sólo como árbitro de la elegancia, sino como hombre sin cuyo consejo y buen gusto podría fracasar la expedición á la Acaya. Empero, más de una vez pienso que esto ha de concluir por abrirme, en efecto, las venas; ¿y sabes tú cuál será entonces lo único que me preocupe? El que Barba de bronce no se apodere de mi copa, la que tú conoces y admiras. Si te hallaras cerca de mi en el momento de mi muerte, sabes que te la daría; si estuvieras distante, la haré pedazos. Pero, entre tanto, aún tengo en perspectiva el Benevento de los zapateros remendones y la Grecia Olímpica; tengo también el Hado, el cual, impenetrable é imprevisto, señala á cada uno el camino.

»Consérvate bien y alquila á Croton; de otra manera te arrebatarán por segunda vez á Ligia. Cuando Chilonides no te sea útil por más tiempo, envíamelo á donde yo me encuentre. Acaso haga de él un segundo Vatinio, ante el cual tiemblen los cónsules y senadores, como temblaban ante aquel caballero Dratevka. Valdría la pena de vivir para ver ese espectáculo. Cuando hayas encontrado á Ligia, házmelo saber, á fin de que pueda ofrecer á ambos un par de cisnes y un par de palomas aquí en el templo circular de Venus. Una vez he visto en sueños á Ligia, sentada sobre tus rodillas, anhelante por tus besos. Trata de que tal sueño resulte profético. Que no haya nubes en tu cielo; y si las hay, que tengan el color y el aroma de las rosas!

¡Consérvate bueno y adiós!»