Página:Quo vadis - Eduardo Poirier tr. - Tomo I (1900).pdf/236

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
228
QUO VADIS

En este instante vino Chilo á interrumpir el curso de tan optimistas pensamientos.

—Señor,—dijo el griego: —acaba de ocurrirseme una idea.

¿No tienen los cristianos unos signos ó «palabas de pase,» sin las cuales posible es que no se permita á nadie la entrada á Ostriauum? Yo sé que tal sucede en los oratorios, y en cada caso he recibido ese santo y seña de Euricio.

Peemite, señor, entonces, que vaya á ver al viejo y le pida las instrucciones precisas y los signos del caso.

—Bien, noble sabio, —contestó Vinicio con regocijado acento;—hablas como hombre previsor y por ello eres digno de todo elogio. Irás, pues, á la casa de Euricio ó á cualquiera otra casa que sea de tu agrado, pero, como garantia de tu oportuno regreso, dejarás sobre esta mesa la bolsa que de mi mano recibiste hace poco.

Chilo á quien siempre faltábale voluntad para separarse del dinero, sintió una especie de hormigueo en el cuerpo, más obedeció y se puso en camino.

Desde las carenas al Circo, en las inmediaciones del cual hallábase el tenducho de Euricio, no había gran distancia; de manera que regresó mucho antes que llegada la noche.

—Señor, te traigo el santo y seña, sin el cual no habríamos sido admitidos. He tomado además minuciosos dato, acerca del camino. Dije á Euricio que necesitaba ese santo y seña solo para mis amigos; que yo no iría porque se hallaba el sitio muy distante para mi avanzada edad; y que, en todo caso, yo vería mañana personalmente al grande Apóstol de cuyos labios podría oir entonces la repetición de los párrafos más selectos de su prédica.

—¡Cómo! ¿Tú no irás? ¡Tú debes ir! exclamó—Vinicio.

—Ya sé que debo ir, pero tendré la precaución de presentarme allí perfectamente encaperuzado, y te aconsejo que hagas lo propio, si no quieres que espantemos á los pájaros.

En efecto, luego empezaron á prepararse, pues ya esta.