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QUO VADIS

Chilo se inclinó hacia Vinicio y le dijo en voz baja: —¡Este es éll El primer discípulo de Cristo: un pescador!

El anciano alzó la mano y haciendo con ella la señal de la cruz, bendijo á los presentes, quienes simultáneamente cayeron de rodillas. Vinicio y sus acompañantes por temor de traicionarse á sí mismos, siguieron el ejemplo de los demás.

El joven no pudo por el momento reunir todas las impresiones que á su mente se agolpaban, pues parecíale que la forma humana que allí tenia delante revestía á la vez el doble carácter de lo sencillo y de lo extraordinario, y, lo que era más peculiar, lo extraordinario en aquel hombre parecía provenir precisamente de su propia sencillez.

No llevaba aquel anciano una mitra en la cabeza, ni una guirnalda hojas de roble sobre las sienes, ni una palma en la mano ni una tablilla de oro sobre el pecho, ni una túnica blanca bordada de estrellas; en una palabra, no se veía sobre él ninguna de las insignias que solían ostentar los sacerdotes orientales, egipcios, griegos ó romanos (fla mens ó flamines), Y á Vinicio le sorprendió de nuevo el notar ahora el propio contraste que se le había representado á su mente al escuchar los himnos cristianos.

Porque la presencia de ese «pescador» le hizo el efecto, no de un elevado pontifice, versado en los ceremoniales de un rito, sino más bien de un testigo, sencillo, anciano, que infundía una inmensa veneración, que acababa de hacer desde muy lejos una jornada con el fin de divulgar una verdad por él vista y palpada, verdad en que creia como creía en su existencia, y verdad que amaba, precisamente porque creía en ella. Y había, por consiguiente, en la expresión de su rostro todo el poder persuasivo y de convicción que sólo en la verdad reside.

Y Vinicio, que había sido escéptico, que no deseaba ceder á la influencia de aquel anciano, hubo de rendirse, no