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QUO VADIS

obstante, á una especie de curiosidad febril, cuyo objetivo era saber qué argumentos brotarían de los labios de aquel compañero del misterioso «Cristo» y cuales eran las enseñanzas que observaban Ligia y Pomponia Graecina.

Entre tanto, Pedro empezó á hablar y lo hizo desde el principio como un padre que instruye á sus hijos y les enseña la manera de vivir. Les prescribió que renunciaran á los excesos y á la molicie, que amasen la pobreza, la vida honesta y la verdad; que soportaran con paciencia las injusticias y persecuciones, que obedecieran al gobierno y á las personas de gerarquía superior á la de ellos, que se guardasen de la traición, del engaño y de la calumnia y por último, que en su propia sociedad se dieran mútuamente buenos ejemplos y los dieran también á los paganos.

Vinicio, para quien su concepto del bien consistía en estimar como tal cuanto pudiera contribuir á devolverle á Ligia, y como un mal todo lo que constituyese una barrera entre ambos, se sintió aludido por algunos de estos consejos, los cuales por lo tanto le irritaron.

Parecíale que, al recomendar una vida pura y en lucha incesante con los deseos, el anciano osaba, no tan solo condenar su amor, sino asimismo azuzar á Ligia en contra suya y confirmarla en la oposición á sus anhelos.

Comprendía que si la joven se hallaba en aquella reunión, escuchando tales exhortaciones y si las tomaba á pechos, debía considerarle como un enemigo de esas enseñanzas y un excomulgado.

Y la indignación se apoderó de él ante esta idea.

—¿Qué ha dicho de nuevo ese hombre?—pensó.—¿Es esta la nueva religión? Todo el mundo sabe eso: todo el mundo lo ha escuchado antes.

Los cínicos han recomendado la pobreza y la restricción de las necesidades; Sócrates ha prescrito la virtud, como una cosa antigua buena; el primer estóico á quien uno encuentra, si bien sea el propio Séneca—que tiene quinientas mesas de madera de limón—ensalza la continencia,