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QUO VADIS

preceptúa la verdad, la paciencia en los días adversos, la fortaleza en el infortunio; y todas esas son cosas viejas y constituyen un alimento que el pueblo ya no quiere gustar por lo rancio.

Y además de la cólera, sentíase poseído por una especie de desencanto, pues había esperado llegar al descubrimiento de secretos desconocidos y misteriosos y creido que por lo menos le sería dado escuchar á un retórico de sorprendente elocuencia. Entre tanto, habían llegado tan solo á sus oídos palabras llenas de sencillez y desprovistas de toda galanura. Así, pues, lo único que le sorprendía era la atención muda con que aquella multitud escuchaba.

Y el anciano seguía dirigiéndose á esas gentes llenas de silencioso recogimiento; y los exhortaba á que fuesen buenos, humildes, pacíficos, justos y puros, de manera que aun cuando disfrutasen de tranquilidad durante el curso de su existencia, pudieran después de su muerte vivir en unión de Cristo eternamente, llenos de felicidad, gloria, reposo y goces tales, que imposible sería jamás encontrarles paralelo en este mundo.

Y aquí Vinicio, aunque ya desfavorablemente predispuesto, no pudo menos que notar la diferencia existente entre estas enseñanzas del anciano y las de los cínicos, estóicos y otros filósofos. Estos últimos proclamaban el bien y la virtud como cosas razonables, las únicas verdaderamente prácticas que en la vida existían; mientras que Pedro prometía la inmortalidad, y no una especie de inmortalidad vacía de grandezas y llena de miserias y privaciones, sino una vida rodeada de magnificencia y esplendor y comparable tan sólo á la vida de los dioses.

Y Pedro hablaba entre tanto de esa vida como de una cosa perfectamente cierta; de manera que en vista de semejante fe, la virtud llegaba á alcanzar un valor inconmensurable y los infortunios de esta existencia tornábanse asimismo incomparablemente llevaderos.