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QUO VADIS

Hallábase, en efecto, en presencia de dos imposibilidades.

No podía creer lo que el anciano decía; y al propio tiempo, parecía que era menester, ó estar ciego, ó renunciar al testimonio de la propia razón, para admitir que estuviera mintiendo aquel hombre que decía: «Yo lo vi.» Porque algo había en sus ademanes, en sus lágrimas, en su aspecto y en los detalles de los acontecimientos por él narrados, que hacía imposible toda sospecha.

Por momentos, imaginábase Vinicio, estar soñando.

Pero á su alrededor veía á la silenciosa multitud, hería su olfato el olor que despedian las linternas, miraba á la distancia arder las antorchas, y ante si, y sobre la piedra vecina á la cripta, alzábase un anciano de cabeza temblorosa, quien, actuando como testigo, repetía: «Yo lo vi.» Y Pedro refirió luego á sus oyentes, todos los demás episodios, hasta la Ascensión al cielo.

Por instantes tomaba algún descanso, pues su narración era muy circunstanciada; mas podía observarse que hasta el más mínimo detalle, habíasele fijado en la memoria, como se fija en una piedra lo que ha sido grabado en ella.

Los que le escuchaban, parecían embargados por una especie de éxtasis.

Habían echado hacia atrás sus caperuzas á fin de oir mejor y no perder ni una sola de aquellas palabras que para ellos tenían tan inestimable precio.

Parecíales que algún poder sobrehumano les había transportado á Galilea; que se paseaban en unión de los discípulos por aquellas arboledas y surcaban aquellas aguas; que aquel cementerio habíase transformado en el lago de Tiberiades; que á su orilla, y destacándose en medio de las nieblas de la mañana, veían á Cristo, de pie, tal cual se hallara cuando Juan, divisándolo desde el hote, había dicho: «Es el Señor, y Pedro habíase arrojado á nado á fin de llegar más pronto á postrarse á sus amados pies.