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QUO VADIS

lita sorpresa ante las incomprensibles cosas que acababa de escuchar: solo á Ligia miraba.

¡Por fin, después de todos sus esfuerzos, después de tan largos días de alarma, tribulación y sufrimiento, la había encontrado! Por primera vez comprendió que el júbilo podia también como abalanzarse al corazón, á la manera de un animal salvaje, y oprimirlo, estrujarlo hasta dejarlo sin aliento.

El, que hasta hacía poco habíase imaginado que la Fortuna se había impuesto una especie de obligación de cumplir todos sus deseos, ahora apenas si prestaba crédito á sus propios ojos y si se daba cuenta de la felicidad que le embargaba.

A no ser por ese sobrecogimiento de incredulidad ó de estupor, quién sabe si su indole impulsiva y apasionada no le hubiera precipitado á dar algún paso imprudente.

Pero deseaba convencerse antes de que no era esta una especie de continuación de los prodigios que ahora llenaban su cabeza; necesitaba estar seguro de que no era aquello una alucinación ó un sueño.

Mas, no pudo caberle ya la menor duda: veía á Ligia y solo una distancia de pocos pasos separábale de ella.

Se hallaba de lleno dando frente á la luz, de manera que podía él gozarse en su vista cuanto quisiera.

La capucha había caído de su cabeza y desmelenado sus cabellos; tenía entreabiertos ligeramente los labios, alzaba la vista hacia el Apóstol, atenta la fisonomía toda y pendiente de sus palabras, que parecian tenerla como en éxtasis.

Vestía un obscuro manto de lana, como una hija del pueblo; mas nunca Vinicio habíala contemplado más hermoss; y á pesar de la verdadera anarquía de sentimientos é ideas que bullía en su interior, le impuso la nobleza y distinción de aquella admirable cabeza patricia, formando contraste resaltante con su traje, que hubiérase creído el de una esclava.