noche no iba jamás á terminar. Deseaba ahora ir cuanto antes en seguimiento de Ligia y apoderarse de ella en el camino de regreso á su casa.
Por último empezaron algunos á salir del cementerio, y Chilo entonces dijo al oído de Vinicio: —Salgamos hasta la puerta, señor; no nos hemos quitado la caperuza y hay gentes que nos observan.
Y así era en efecto, pues en el curso de la predicación del Apóstol todos habíanse echado atrás las caperuzas pa ra escuchar mejor, y ellos, por su parte, no habían seguido ese ejemplo. De manera que el consejo de Chilo pareció prudente á Vinicio. Deteniéndose delante de la puerta podrían ver á todos los que salieran; y en cuanto á Ursus, era fácil reconocerlo por sus formas y su estatura.
—Sigámosles, —dijo Chilo;—y veremos á qué casa van.
Y mañana, ó mejor dicho, hoy, podrás rodear con esclavos las entradas y llevártela.
—¡Nol—dijo Vinicio.
—¿Qué deseas hacer entonces, señor?
—La seguiremos hasta su casa y la llevaremos ahora mismo, si quieres encargarte de la empresa, Croton.
—Perfectamente, contestó el atleta;—y me comprometo á entregarme á tí como esclavo, si no rompo el espinazo del bisonte que la acompaña.
Pero Chilo se consagró á la tarea de persuadirles y de suplicarles por todos los dioses que no hicieran tal cosa.
Croton había sido llevado tan solo á fin de que les defendiera contra cualquier ataque en el caso de que fuesen reconocidos, y no para arrebatar á la joven. Llevarla, cuando ellos eran solo dos, importaba exponerse á la muerte y, lo que pudiera ser peor, había que prever la posibilidad de que lograse escapárseles de las manos, y entonces ocultaríase en otro sitio ó saldría de Roma. Y llegado ese caso, ¿qué harían? ¿Por qué no obrar sobre seguro? ¿Por qué exponerse ellos á la destrucción y toda la empresa al fracaso?