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QUO VADIS

ligión infiltraba en el alma un algo desconocido para el mundo en que él vivía; y que Ligia, aun cuando le amase, no habría de sacrificar en obsequio á él, ninguna de las verdades cristianas que le habian sido inculcadas, y que si para ella existían la felicidad y el placer, eran una felicidad y un placer totalmente distintos de los que perseguían él, Petronio y toda la corte del César: Roma entera, en una palabra.

Cualquiera otra mujer de las que él conocía podría llegar á ser su amante; pero esa cristiana llegaría tan solo á convertirse en víctima suya.

Y cuando este se detenía á pensar, montaba en cólera primero y luego dominábale una como calcinante pena, porque presentía que esa cólera suya era del todo impotente.

Arrebatar á Ligia pareciale empresa posible; estaba casi convencido de que lograría llevarse á la joven; pero asimismo le asistía la certidumbre de que en presencia de la religión de Ligia, él mismo, con toda su intrepidez, nada significaba, nulo era su pober, puesto que á su influjo nada lograría realizar de cuanto ambicionaba.

Así, pues, aquel tribuno militar de Roma, que había siempre abrigado el convencimiento de que el poder de la espada y del puño, que habían conquistado el mundo, lo dominarían para siempre, ahora veía, por primera vez en su vida, que mas allá de ese poder bien podía existir otra cosa; y lleno de asombro se preguntaba en que consistía esa potestad superior.

Y no se hallaba en aptitud de darse una respuesta concreta.

Por su cabeza cruzaban al intentarlo, las escenas del cementerio: veía á la multitud reverentemente agrupada, y contemplaba á Ligia escuchando, con toda el alma pendiente de los labios del anciano, las palabras con que éste hobia narrado la pasión y la muerte y la resurrección del Hombre Dios, redentor del mundo y mensajero de la eter-