Página:Quo vadis - Eduardo Poirier tr. - Tomo I (1900).pdf/263

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
255
QUO VADIS

rió de sarna el mes pasado,—contestó el gladiador;—pero dame, si quieres, esa bolsa con que hace poco te obsequió el noble tribuno, y te conduciré hasta la puerta.

—Que te corten antes el dedo gordo del pie, replicó Chilo. ¿Qué provecho has alcanzado entonces de las enseñanzas de aquel dignísimo anciano que hace poco nos pintaba la pobreza y la caridad como las virtudes cardinales?

¿No te ordenó espresamente que me amaras? Ya veo con pena que jamás lograré hacer de ti ni siquiera un cristiano mediocre: seriale al sol más fácil atravesar con sus rayos los muros de la prisión Mamertina, que á la verdad introducirse al través de tu cráneo de hipopótamo.

—¡No tengas cuidado! —dijo Croton, quien, dotado de la fuerza de una bestia, no poseía ningún sentimiento de hombre. ¡No seré jamás cristiano! ¡No quiero perder mi pan!

—Pero, si conocieras á lo menos los rudimentos de la filosofía, sabrías que el oro no es mas que vanidad.

—¡Venme á mí con tus filosofías! ¡Te daré un cabezazo en el estómago y veremos entonces quien gana!

—Lo propio pudo haber dicho un buey á Aristóteles, replicó Chilo.

Empezaban entretanto á disiparse las tinieblas de la noche, abriendo paso á la aurora, á cuya pálida luz destacábanse ya los perfiles de las murallas. Los árboles que se alzaban á lo largo del camino, los edificios y las losas sepulcrales esparcidas aquí y allí, empezaban como á emerger de entre las sombras. Y el sendero ya no se veía desierto.

Los placeros se movían en dirección a las puertas, conduciendo asnos y mulas cargadas de verdura; igual camino hacía una que otra crujidora carreta de las que conducían aves.

Sobre la vía y á cada uno de sus lados levantábase desde la tierra una ligera niebla prometedora de buen tiem-