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QUO VADIS

po. Las gentes, vistas á la distancia, parecían surgir como apariciones de entre aquella niebla.

Vinicio seguía con los ojos fijos en las delicadas formas de Ligia, que se veían como envueltas en un argénteo ninbo á medida que aumentaba la luz.

—Señor,—dijo Chilo,—te ofendería yo si me pusiera á hacer deducciones acerca del límite á que han de llegar tus bondades; por eso, ahora que me has pagado, no creo se me sospeche de hablarte inspirado tan solo por mi interés personal. Una vez más te aconsejo que te dirijas á tu casa, en busca de esclavos y una litera, inmediatamente que sepas donde habita la divina Ligia. No escuches á ese trompa de elefante de Croton, que se empeña en llevarse ahora á la doncella con el solo objeto de estrujar tu bolsisillo cual si fuera una bolsa de requeson.

—Tengo listo un puñete que voy a darte entre los dos hombros; y esto significa que vas á perecer.

—Yo tengo listo un barril de vino de Cefalonia, y esto significa que voy á sentirme bien,—contestó Chilo.

Vinicio nada replicó, porque en ese momento, al acercarse á la puerta, presentóse á su vista una escena prodigiosa.

Dos soldados se arrodillaron al pasar delante de ellos el Apóstol; Pedro colocó por espacio de un instante la mano sobre sus férreos yelmos y en seguida les hizo la señal de la cruz.

Antes de ese momento, jamás hablasele ocurrido á aquel patricio que pudiese haber cristianos en el ejército; ahora pensaba con asombro que, bien asi como en una ciudad incendiada el fuego va poco a poco devorando mas y mas edificios, así, á juzgar por todas las apariencias, aquella doctrina iba de día en día infiltrándose en mayor número de almas y propagándose á todo linaje de humanos inte lectos.

Y esto le llamó particularmente la atención en lo referente á Ligia, pues pudo ahora también convencerse de