Página:Quo vadis - Eduardo Poirier tr. - Tomo I (1900).pdf/288

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
278
QUO VADIS

otros mensajeros que vosotros. Tened esto en cuenta y no me irritéis más.

Y aquí había llegado á ser indignada su expresión y tenía contraído el rostro por la cólera. Luego prosiguió con exaltado acento: —¿Has pensado negaría yo que deseo permanecer aquí para verla? Eso lo hubiese adivinado hasta un necio, aun cuando yo lo ocultara. Pero ya no volveré á intentar llevármela por fuerza. Más te diré: si ella se niega á permanecer aquí, haré pedazos, con esta mano que tengo sana, los vendajes que habéis puesto sobre mi brazo roto, no tomaré alimentos ni bebidas y dejaré que mi muerte caiga sobre ti y tus hermanos. ¿Para qué me has atendido entonces? ¿Por qué no has dado orden de que me maten?

Y al decir estas últimas palabras tenia el semblante pålido de ira y de agotamiento.

Ligia, que todo lo había escuchado desde el aposento inmediato, y que estaba segura de que Vinicio habría de cumplir lo que ofrecía, sintióse anonadada ante la amenaza contenida en las postreras frases del joven. Por nada quería ella que muriese. Indefenso y herido, ya no despertaba en la joven temor, sino compasión. Y como desde el día de su fuga había vivido en unión de gentes llenas de fervor religioso, ocupado su pensamiento sólo en sacrificios y ofrendas y en el ejercicio de una caridad sin límites, babía llegado á sentirse tan poseída de esa nueva inspiración, que ella ocupaba ahora el sitio de la casa, de la familia y de la perdida felicidad, convirtiendo á Ligia en una de esas virgenes cristianas que años más tarde, tu vieron la virtud de cambiar el alma del mundo.

Vinicio había ejercido en su suerte una influencia demasiado trascendental, demasiado había intervenido en su vida, para que pudiera ella olvidarle.

Días enteros había pensado en él é implorado más de una vez á Dios le diera una oportunidad merced á la cual y siguiendo las inspiraciones de su religión, pudiese ella