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QUO VADIS

riguaciones, repitiendo siempre que de boca de Vinicio sabría todo lo que deseaba.

Entretanto habían recorrido ya el largo camino que separaba del Trans—Tiber el domicilio del griego, y se encontraron por fin frente á la casa.

El corazón de Chilo empezó de nuevo á palpitar aceleradamente. El miedo le hacía creer ahora que Ursus le estaba mirando con una expresión como de lobo hambriento.

—Exiguo consuelo sería para mí, — dijo hablando consigo mismo, el que este bárbaro fuese ahora á matarme sin deliberación ó contra su voluntad. Prefiero, en todo caso, que le sobrevenga un ataque de parálisis, á él y á todos los demás ligures, lo cual joh Zeus! te pido permitas que suceda, si de ello eres capaz!

Y se envolvió más en su manto gálico, repitiendo que era por temor al frío.

Finalmente, cuando hubieron salvado la entrada y el primer patio y se encontraron en el corredor que conducía al jardin de la casita, se detuvo repentinamente y dijo: —Déjame tomar aliento, pues de otra manera me será imposible hablar con Vinicio y darle mis saludables consejos.

E hizo alto; porque si bien decíase que no le amenazaba ningún peligro inmediato, temblábanle las piernas al solo pensar que iba á encontrarse en medio de esas misteriosas gentes que viera en Ostrianum.

Entretanto, llegó á los oídos de ambos un himno cuyos ecos procedían de la casita.

—¿Qué es eso?—preguntó Chilo.

—Dices que eres cristiano y no sabes que es costumbre entre nosotros, después de cada comida, glorificar á nuestro Salvador cantando himnos de agradecimiento, —contestó Ursus.—Deben haber llegado ya Miriam y su hijo y