Página:Quo vadis - Eduardo Poirier tr. - Tomo I (1900).pdf/30

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
26
QUO VADIS

Transcurrido un breve espacio, preguntó: —¿Y no la hablaste?

—Cuando me hube repuesto un tanto de mi emoción, la dije que me hallaba de regreso del Asía, que me había dislocado un brazo cerca de la ciudad, y había sufrido cruelmente; pero que en el instante de abandonar tan hospitalaria casa, venía á comprender que el sufrimiento en ella era más de desear que el placer en otro sitio; que la enfermedad allí era preferible á la salud en otra parte.

Confusa ella á su vez, escuchaba mis frases con la cabeza inclinada, en tanto que algo trazaba con la caña de pescar sobre la arena de color de azafrán. Después alzó la vista y en seguida volvió á observar las líneas trazadas en el suelo. Una vez más dirigió luego hacia mí los ojos, cual si fuera á interpelarme, y por último, huyó de repente, cual una amadríada (1) que se hallara delante de un feroz estulto.

—Deben ser lindos sus ojos.

—Como el mar, y como en el mar me he ahogado en ellos. Créeme: menos azul es el archipiélago. Un momento después vino un niño, hijo de Plaucio, á hacerme una pregunta. Pero yo nada ofa ni entendía á la sazón.

—¡Oh Minerval—exclamó Petronio,—arranca de los ojos de este mancebo la venda que Eros ha puesto sobre ellos; si no se romperá la cabeza contra las columnas del templo de Venus.

—¡Oh tú, botón primaveral del árbol de la vida,—agregó dirigiéndose á Vinicio,—primer verde retoño de la vid!

En vez de llevarte á casa de Plaucio, debiera ordenar que te condujesen á Gelocio: allí hay una escuela para jóve nes no familiarizados con la vida!

—¿Qué deseas en particular?

—Dime qué escribió en la arena. ¿Sería acaso la palabra amor, ó un corazón atravesado por una flecha, ú otra (1) Ninfa de los bosques y selvas.