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QUO VADIS

cosa semejante, merced á la cual pudiéramos saber si los sátiros han hablado al oído de esa ninfa y reveládole algunos de los secretos de la vida? ¿Cómo es posible que no reparase en esos signos?

—Hace más tiempo que me puse la toga del que á ti te parece, dijo Vinicio.—Antes de que el pequeño Aulio echase á correr, fijé cuidadosamente la atención en esos signos, porque no ignoro que á menudo las doncellas de Grecia y de Roma escriben en el suelo imágenes que sus labios no traducirían en palabras. Adivina lo que pintó.

—Si no lo he adivinado ya, no lo adivinaré jamás.

—Un pescado...

—¿Dices?...

—Digo, un pescado. ¿Significa eso que aún circula sangre fría por sus venas? No lo sé. Pero tú, que me has llamado botón primaveral, me explicarás ese signo.

—Querido mío, interrogaremos á Plinio. Es especialista en peces.

La conversación tuvo que interrumpirse, pues la litera atravesaba en aquel momento calles animadísimas, de donde salía un vocerío espantoso, y bien pronto por la Vía de Apolo, llegaron al Foro.

Una multitud inmensa sa paseaba bajo los arcos de la basílica de Julio César, ó estaba sentada en las gradas del templo de Castor y Polux, ó daba vueltas alrededor del pequeño santuario de Vesta, semejante, sobre aquel despilfarro de mármol, á enjambres multicolores de mariposas y escarabajos. Por lo alto, descendiendo las enormes gradas del templo consagrado á Júpiter, Jovi, Optimo, Máximo,—afluían nuevas oleadas de gente. Cerca de los Rostros (1), peroraban algunos oradores callejeros. Los industriales vendían, anunciando con grandes gritos, vino ó agua mezclada con zumo de higos. Los charlatanes encomiaban la virtud de sus drogas; los adivinos, los zahories (1) La tribuna desde donde se arengaba al pueblo.