obscuro corredor hasta el segundo patio. Desde allí atravesaron el pasaje que había á la entrada y llegaron hasta la calle.
En su tránsito del patio al corredor iba Chilo repitiendo interiormente: «¡Todo ha concluído para mil» Solo cuando se hubo visto en la calle, logró por fin reponerse un tanto y decir: —Puedo seguir solo mi camino.
—Que la paz sea contigo,—dijo entonces Ursus al separarse de él.
Y contigol y contigo! ¡Déjame tomar aliento!
Y después que Ursus hubo regresado á la casa, empezó Chilo por fin á respirar á pleno pulmón.
Se tocó la cintura y el tronco, á efecto de convencerse de que aun existía. En seguida echó á andar con presuroso paso.
—Pero, ¿por qué no me mataron?—se preguntaba entre tanto.
Y a pesar de todas sus conferencias con Euricio acerca de las enseñanzas del cristianismo, á pesar de la conversación que á la orilla del rio tuviera con Urbano, y á pesar de todo cuanto había escuchado en Ostrianum, no encontraba una respuesta satisfactoria que dar á esa pregunta.
CAPÍTULO XXV
Ni pudo tampoco Vinicio descubrir la causa de lo que habia sucedido, y en el fondo de su alma se hallaba casi tan asombrado como Chilo.
Que esas gentes le hubieran tratado de aquella manera, y en vez de tomar venganza por el asalto que les llevara él á su hogar, le hubieran curado con solicitud sus heridas, se lo explicaba, atribuyéndolo en parte á la docrrina que confesaban, en parte mayor á Ligia, y todavía por causa de la gran significación personal que tenía él como tribuno militar.