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QUO VADIS

Pero la conducta observada por los mismos para con Chilo se hallaba simplemente fuera del alcance de su comprensión acerca del límite á que pudiera llegar la magnanimidad de los hombres.

Y a su espíritu venía, con tenacidad no satisfecha, esta pregunta: «¿Por qué no mataron al griego?» Habrían podido hacerlo con absoluta impunidad. Ursus le habría en terrado en el jardín, ó llevádole en medio de las sombras de la noche hasta el Tiber, que durante ese período de asesinatos nocturnos, cometidos hasta por el propio César en persona, arrojaba por las mañanas cuerpos humanos con tanta frecuencia, que nadie se preocupaba ya en averiguar de dónde procedian.

En su concepto á los cristianos asistíales no solo el poder, sino el derecho de matar á Chilo.

Por cierto que no era la compasión cosa del todo extraña al mundo á que pertenecía el joven patricio. Los atenienses habían erigido un altar á la Misericordia, y por espacio de mucho tiempo habíanse opuesto a la introducción en Atenas de los combates de gladiadores.

En la misma Roma los vencidos lograban en ocasiones alcanzar el perdón, como había sucedido por ejemplo, á Calicrato, rey de los britanos, hecho prisionero en la época de Claudio. El vencedor, además de haber ordenado se proveyera con munificencia á las necesidades de su prisionero, habíale permitido vivir libremente en la ciudad.

Pero la venganza de una ofensa personal parecíale á Vinicio, como a todos, no solo natural, sino también perfectamente justificada.

El abandono de tal derecho era cosa inconciliable con su manera de pensar. Cierto es que en Ostrianum había oído al Apóstol prescribir que se debía amar aun á los enemigos; empero, consideraba que esa era tan solo una especie de teoría de imposible aplicación en la vida.

Luego cruzó por su cabeza esta conjetura: tal vez no habían dado muerte á Chilo por ser aquel día el de una de