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QUO VADIS

sus festividades rituales, ó hallarse comprendido dentro de alguna de las faces de la luna durante las cuales estuviera vedado á los cristianos matar á un hombre. Había oído decir que en ciertas naciones hay días en los cuales no es permitido ni siquiera declarar ó aceptar la guerra.

Pero entonces, si tal era el caso, ¿por qué no habían entregado el griego á la justicia? Porqué decía el Apóstol que si un hombre pecaba siete veces, era menester perdonarle siete veces y porqué Glauco había dicho á Chilo: «¿Que Dios te perdone, como te perdono yo á tí?» Chilo habíale inferido el más terrible agravio que un hombre puede hacer á otro. Al solo pensamiento de cómo habría él de obrar para con un hombre que matase á Ligia, por ejemplo, el corazón de Vinicio parecía bullirle dentro del pecho, como el agua hirviente dentro de una caldera: no habría tormentos que no fuera el capaz de aplicar en satisfacción de su venganza!

Pero Glauco había perdonado; también había perdonado Ursus, Ursus, que era capaz de matar en Roma con perfecta impunidad á quien quisiera, pues bastábale para ello tan solo dar muerte al rey de las selvas de Nemea (1) y tomar su lugar. ¿Acaso el gladiador que á la sazón ocupaba ese puesto,—al cual había llegado tan solo después de matar al «reys anterior, —sería capaz de resistir al hombre á quien Croton no había podido vencer?

Solo había una respuesta que dar á todas estas preguntas: los cristianos, absteniéndose de matar á Chilo, habían dado pruebas de una bondad tan grande que no reconocía paralelo en el mundo hasta ese día, y á la vez patentizado un amor sin límites por sus semejantes, amor que les ordenaba olvidarse de sí mismos, de las ofensas recibidas, de la propia felicidad y del propio infortunio, y vivir tan solo para los demás.

(1) Nemea ó Tristena, ciudad del Peloponeso. Roca y selva junto á esta ciudad, donde mató Hércules al león nemeo.