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QUO VADIS

Oído lo cual por Vinicio, perdió por completo la ilación de sus pensamientos.

Pero cuando Ligia vino de nuevo á ofrecerle una bebida refrescante, la tomó un punto una mano, y dijo: —¿Entonces tú debes también perdonarme á mí?

—Somos cristianos y no nos está permitido guardar rencor en nuestros corazones.

—Ligia,—dijo el joven,—quien quiera que sea tu Dios, le rindo homenaje solo porque El es el Dios tuyo.

—Le rendirás homenaje en tu corazón cuando hayas aprendido á amarle.

—Solo porque es el Dios tuyo,—repitió Vinicio con voz desfalleciente.

En seguida cerró los ojos, pues la debilidad habíase de nuevo apoderado de él.

Ligia salió entonces, pero volvió un poco más tarde, y se inclinó hacia el joven para ver si dormía.

Vinicio, presintiendo que se hallaba ella próxima, abrió los ojos y sonrió. Ligia posó la mano levemente sobre ellos como para incitarle á que durmiera.

Hallóse entonces Vinicio dominado por una sensación de dulcísimo bienestar; pero luego se sintió más penosamente enfermo que antes y estuvo muy malo en realidad.

La noche había llegado, y con ella una fiebre más violenta.

Vinicio no podía dormir y seguía con la vista á Ligia donde quiera que ésta fuese.

Por momentos caía en una especie de sopor durante el cual veía y oía todo cuanto pasaba en derredor, pero en el que también la realidad hallábase mezclada con febriles delirios.

Entonces parecíale que en un antiguo y desierto cementerio se alzaba un templo que afectaba la forma de una torre y del cual era sacerdotisa Ligia.

Y él no quitaba los ojos de la joven, y la veía en la pide de la torre, con un laud en las manos, destacándose