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QUO VADIS

á plena luz, como aquellas sacerdotisas que en las horas de la noche cantaban himnos en honor de la luna y á quienes viera él en oriente.

El mismo iba ascendiendo con grande esfuerzo por una escalera de caracol, á fin de llegar hasta la cúspide y llevarse consigo á la joven. Detrás venía Chilo como arrastrándose, castañeteándole por el terror los dientes y repitiendo: «Señor, no hagas eso; ella es una sacerdotisa, en defensa de quien El ha de tomar venganza.» Vinicio no sabía quien era El, pero comprendía que iba á cometer una especie de sacrilegio y empezaba también á sentir un terror sin límites.

Pero al acercarse á la balaustrada que rodeaba la cúspide de la torre, el Apóstol, con su barba plateada destacóse repentinamente al lado de Ligia, y dijo: «No alcéis la mano. Ella me pertenece.» Y luego siguió adelante con la joven, yendo por sobre un camino formado de rayos de luna, cual si fuera el sendero que al cielo conducía.

El extendió entonces las manos hacia ellos, y les pidió que le llevaran en su compañía.

Aquí despertó, volvió á sus sentidos y miró en derredor suyo.

La lámpara colocada en alto sobre un sostén brillaba ahora más débilmente, dando sin embargo todavía bastante claridad.

Todos se hallaban calentándose frente al fuego, pues la noche era fría y desabrigada la estancia. Vinicio veía cómo de los labios de todos salía el aliento en forma de tenue vapor.

En medio de ellos estaba sentado el Apóstol. A sus pies, y sobre un escabel, hallábase Ligia; en seguida Glauco, Crispo y Miriam. Al extremo, en un lado Ursus y en el otro el hijo de Miriam, Nazario, muchacho de rostro hermoso y de cabellos negros y largos que le llegaban hasta los hombros.