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QUO VADIS

la victoria, entregó la hija del rey ligur á Pomponia Graecina.

Aún cuondo sólo algunos ligeros detalles de esta narración eran nuevos para Vinicio, éste los escuchó á todos, lleno de complacencia, pues sentía lisonjeado su inmenso orgullo de familia al recibir de boca de un testigo ocular la confirmación del linaje real de Ligia.

Como hija de un rey, bien pudiera ella ocupar en la corte del César, una posición igual á la de las hijas de las primeras familias romanas, con tanto mayor motivo, cuanto que la nación que gobernara su padre no había tenido nunca hasta entonces, ninguna guerra con Roma, y aunque bárbara, podía llegar a ser un amigo terrible, pues, de ser ciertos los informes dados por el propio Atelio Hister, poseía una fuerza inmensa, por la intrepidez de sus hom bres de guerra.

Y Ursus, á mayor abundamiento, vino á ratificar esta opinión.

—Vivimos en los bosques,—dijo contestando á una pregunta de Vinicio;—pero poseemos tal extensión de territorio, que no hay quien pueda saber á dónde se halla el lí mite: sobre ese territorio habita un pueblo numerosísimo.

Hay también ciudades, todas con edificios de madera, en medio de los bosques, y en ellas reina la abundancia, porque el botín con que vuelven cargados de sus excursiones por el mundo, los semnones, los bohemios, los vándalos y los cuados, se lo quitamos nosotros. Y no se atreven á atacarnos; pero, cuando sopla el viento del lado de ellos, nos incendian nuestros bosques. Nosotros no les tememos, ni á ellos, ni al mismo César romano.

—Los dioses han dado á Roma el dominio del mundo, —dijo Vinicio con severo acento.

—Los dioses son espíritus malignos,—contestó Ursus con sencillez; y donde no hay romanos no hay supremacia de ningún género.