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QUO VADIS

—Hasta mi vigésimo invierno les tuve miedo,—contestó Ursus; pero después, lo hice.

Y siguió dando de comer á Vinicio con mayor torpeza que antes, hasta el punto de que al cabo de unos momentos, dijo: —Tendré que llamar á Miriam, ó á Nazario.

Pero en ese instante, se dejó ver, detrás de la cortina, el pálido rostro de Ligia y se oyó su voz que decía: —Voy al punto.

Efectivamente, luego vino del cubiculum, en el cual, parece que había estado á la sazón preparándose para entregarse al sueño, pues vestía tan sólo una túnica cerrada, que los antiguos llamaban capitium (1), y que le cubría completamente el pecho. Tenía suelto el cabello.

Vinicio, cuyo corazón sintió acelerar sus latidos á la vista de la joven, la amonestó suavemente por no haberse acostado aún; y ella dijo con acento placentero: —Me preparaba para dormir, pero antes, es menester que desempeñe á Ursus.

Y tomó en sus manos la taza, y sentándose á la orilla del lecho, empezó á dar alimento á Vinicio, quien sintióse á la vez rendido y gozoso.

Cuando Ligia se inclinaba hacia él, llegaba hasta Vinicio el suave calor de su cuerpo y caían sobre su pecho los sueltos cabellos de la joven.

Estaba pálido por la emoción; más, por sobre el conflicto de anhelos impulsivos que le asediaban, un sentimiento ejercía á la sazón noble imperio sobre él: comprendía que dominando todos aquellos adorables encantos, había una cabeza amada sobre todas las cosas y superior á todas las cosas, una cabeza al lado de la cual, en su concepto, nada significaba el mundo entero.

Al principio, tan sólo había deseado á Ligia; y ahora sentía que empezaba á amarla con todo su corazón.

(1) Túnica talar de los romanos ó camisa de dormir.