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QUO VADIS

presentarte homenajes y ofrendas á tí, mujer tres veces divinal ¡No; tú no sabes, tú no puedes saber, cómo yo te amo!

Y esto diciendo, llevóse la mano á la frente pálida y entornó los ojos.

Su índole jamás había reconocido límites, ni en el amor ni en el odio.

Hablaba con entusiasmo, con vehemencia, como un hombre que habiendo perdido el dominio de sí mismo, no tiene voluntad para someter á restricción alguna sus frases, ni sus sentimientos.

Pero hablaba con sinceridad: emanaban sus palabras del fondo del alma.

Podía verse al oirlo, que la amargura, el éxtasis, los anhelos, la adoración acumulados y confundidos por mucho tiempo en su pecho, habíanse desbordado al fin en un torrente irresistible de ardorosas frases. Para Ligia algunas de éstas tenían algo de blasfemo; sin embargo, su corazón empezó á palpitar anhelante cual si quisiera romper la túnica que cubría su seno virginal. No podía substraerse á un hondo sentimiento de compasión por aquel hombre y de pena por sus sufrimientos. Y sentíase conmovida ante los homenajes que, al dirigirse á ella, le tributaba.

Sentíase también amada y deificada hasta lo ilimitado é indecible; sentía que ese hombre peligroso é indomable le pertenecía ahora en cuerpo y alma, era como un esclavo suyo; y esa conciencia de la sumisión de el y del poder de ella inundábala de felicidad.

Revivieron en un instante las memorias de otros días.

El había vuelto á ser para ella aquel espléndido Vinicio, hermoso como un dios pagano; el mismo que en la casa de Aulio habiala hablado de amor y despertado como de un sueño su corazón semi—infantil entonces: pero también el mismo de cuyos brazos Ursus habíala arrancado