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QUO VADIS

Pero Ligia veía también con terror cómo esa sentencia condenatoria que sobre él pendía, en lugar de hacerlo repulsivo le convertía en más caro, en cuanto digno de su compasión. Por momentos apoderábase de ella el deseo de hablarle de su obscuro porvenir, pero un día en que se hallaba sentada cerca de él y le decía que fuera de las verdades cristianas la vida no existía, Vinicio, que á la sazón hallábase más fuerte, se incorporó apoyándose en el brazo sano y de manera inesperada reclinó la cabeza sobre las rodillas de la joven, diciéndola: —Tú eres la vidal En ese instante faltó el aliento á Ligia, la abandonó su presencia de ánimo, y una especie de inefable arrobamiento invadió todo su sér. Tomando con las manos por las sienes á Vinicio, intentó levantar su cabeza, inclinándose entretanto hasta el punto de que sus labios rozaron los cabellos del joven.

Y por un momento ambos sintiéronse completamente dominados por un deliquio dulcísimo, por un éxtasis embriagador; y sólo pensaron el uno en el otro, y ambos en aquel sublime anhelo intimo que, con poder avasallante, los movía á unirse como en un solo y recíproco impulso de amor y adoración.

Ligia levantóse al fin y huyó presurosa, sintiendo en las venas bullir la ardiente llama, en tanto que la cabeza dábale vueltas.

Era ésta ya la gota que había venido á rebosar la copa llena hasta los bordes.

Vinicio no pudo adivinar entonces cuán caro habría de pagar aquel delicioso momento; pero Ligia comprendió al fin que había llegado su hora de ponerse á salvo.

Toda la noche siguiente fué para ella de vigilia, de lágrimas y oraciones. Parecíale que se había hecho indigna de of cer estas ú timas y que no le serían ya escuchadas.

A la mañana siguiente salió temprano del cubiculum, y llamando á Crispo á la glorieta del jardín,—cubierta de